miércoles, 17 de julio de 2013

5 de la mañana

Día soleado al otro lado de la ventana. La jornada ha transcurrido sin avisos, sin alarmas, con una tranquilidad inquietante, como si todo estuviera aletargado, esperando a que el Sol se vaya para que todo se ponga en marcha con la brisa nocturna.
Tras unas horas de estudio y algún que otro informe los párpados caen, pesan...el sonido de la nada ayuda a conciliar el sueño; es uno de esos días en que el mero hecho de estar en un lugar agota. - Creo que será mejor ir a la cama- me digo sabiendo que en una guardia hay que intentar aprovechar cualquier momento para dormir o comer a sabiendas de que en cualquier instante la calma puede ser, en realidad, el ojo del huracán en el que te puedes ver envuelto.
De repente suena el teléfono, impasible y monótono. Tres segundos bastan para que un sueño pueda convertirse en una carrera por los pasillos, para que 45 latidos por minuto se conviertan en 180, para que tu respiración se entrecorte, para que el sonido del silencio se inunde de pitos y alarmas, de órdenes, de gritos, de adrenalina.
Alguien me recuerda que nuestro trabajo es como el de los bomberos: preparados para apagar el fuego que surja en cualquier momento. - Ya quisiera yo sus turnos y libranzas- contesto mientras preparo un laringo.
5 de la mañana...noche larga en el ojo del huracán.

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